miércoles, 25 de febrero de 2015

La Teoría del Todo: genio, perseverancia y amor

Stephen Hawkings (Eddie Redmayne) en una escena de la película.

Junto a un par de amigos que me ayudaban a montar algunos muebles para mi nuevo apartamento, el domingo anterior pude ver algunos fragmentos de la ceremonia de entrega de los Premios Oscar. Debo reconocer que en ese momento, mientras estaba sentada frente al televisor, sosteniendo mi copa de vino, experimenté cierta inquietud, ya que de las películas nominadas no había visto una sola.

Aun así, siempre tuve una favorita. Desde que se estrenó en las salas de cine sampedranas, quise ver La Teoría del Todo, porque mis vagas lecturas sobre la vida y obra del astrofísico inglés, Stephen Hawking, habían hecho las veces de un anzuelo que, a fin de cuentas, siempre quise morder.

Pero, como dije, al inicio de la ceremonia de los Oscar llegué con total desconocimiento de los films que competían por llevarse la mayor cantidad de galardones posible, y fue hasta el día siguiente que pude verla. Mis sensaciones tras sus 2 horas y 3 minutos de duración fueron de exaltación ante la que de inmediato no dudé en calificar de “obra cumbre” y nostalgia y melancolía ante el fiel retrato de la vida de una de las mentes maestras de los últimos tiempos.

Y sin pretender hacer de esto un análisis, me presto a plasmar en letras algunas de las impresiones y sensaciones que dejó en mí esta estimulante y agridulce historia biográfica.

Los protagonistas, Eddie Redmayne y Felicity Jones, en una escena de la película.

Resulta que esta exquisita película de James Marsh posee temas que, a mi juicio, son muy interesantes y atrayentes, una narrativa elegante y con estilo e interpretaciones que me resultaron estupendas.

Ahora bien, quien busque una inmersión total y absoluta en la obra trascendental de Stephen Hawking quizás quede algo decepcionado, puesto que la cinta se basa en el libro escrito por su primera esposa, Jane, e invierte más minutos en el romance y la vida personal del genio que en sus trabajos astrofísicos. Aunque, por fortuna, tampoco estamos hablando de un mero panfleto rosa.

Y es que La Teoría del Todo presenta el equilibrio casi perfecto entre esos dos mundos y una infinidad de detalles que van desde la búsqueda de una fórmula que explique el origen del universo hasta la indagación de una tecnología que permita a Hawking dar a conocer al mundo su intacta sabiduría, pese a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad degenerativa que paralizó poco a poco sus músculos desde que era joven.

Stephen Hawking (Eddie Redmayne) sostiene en brazos a su primer hijo.

Además, el romance, aunque pueda gastar más minutos de los deseados, está tratado con acierto, delicadeza y madurez. Y pese a ser esa la base de la narración, estamos hablando de una historia de amor tan natural y sentimental como tenaz y sólida. Así, la película nos narra la vida de Hawking desde que es un optimista estudiante de Cambridge hasta que lo recibe en audiencia la mismísima reina de Inglaterra. Durante este periodo observaremos su romance con Jane, los síntomas degenerativos de su enfermedad, su diagnóstico, su evolución, su doctorado en Cambridge, la redacción de su libro científico-divulgativo, Una breve historia del tiempo, y su éxito y relevancia a nivel científico y mundial. Todos estos acontecimientos se afectan entre ellos y están genialmente interconectados. Por otra parte, la multitud de sentimientos y reflexiones que nos despierta (la rabia al observar la vida que pudo tener el protagonista y no tuvo, las alegrías de amor familiar que experimenta, los sentimientos de pena, de triunfo, etc.), se transmiten a más no poder. Eso deriva en que el argumento se relate con sencillez y tacto, pero también con complicidad y empatía.

Momento en el que Jane exige a Stephen saber la verdad de su enfermedad.

También el drama de la floración de la ELA en Hawking se convierte en una desventura cargada de momentos agridulces, con un protagonista que nos cautiva como un buen joven ignorante de cuál será su destino, un destino que le tiene preparadas muchas trabas y alguna que otra satisfacción, pues Hawking siempre supo que su cerebro no estaría afectado por esta enfermedad y, aunque los médicos le dieron una esperanza de vida de dos años (y para el asombro de todos ya va por los 72), decidió seguir con su vida como quiso y planeó: se casó, tuvo hijos y siguió con sus estudios e investigaciones. 

Escena de la boda de Stephen y Jane.

Los actores también resultan naturales. Pero quien más destaca, sin duda, es el ganador del Oscar a mejor actor principal, Eddie Redmayne. Y es que, como Stephen Hawking, creo que Eddie ejecuta un papel sencillamente soberbio. Ya desde sus días como joven estudiante logra el retrato de un hombre tan bondadoso y tierno como singular y distinto. Y todo eso se presenta cuando el personaje ya tiene signos muy obvios de ELA (y a pesar de las dificultades físicas que supone transmitir ciertos sentimientos). Redmayne ofrece una empatía y una complicidad inusual en un personaje y su transformación física es increíble.

Podríamos decir que estamos ante un biopic escrito con sutileza y atención, bien llevado a escena y que guarda multitud de matices. En resumen, diré que estamos ante un drama increíble y más que recomendable.

1 comentario:

  1. Excelente reseña, capturaste el espíritu de la cinta y la interpretaste con tus palabras como una ecuación simple y elegante (haciendo alusión a una frase que me encantó).

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