jueves, 5 de febrero de 2015

Joaquín habla de peces


Hay canciones que tienen un ritmo y una armonía especial que las hace únicas. Poseedoras de una letra tan bien lograda que cualquiera de sus versos tiene sentido por sí solo, que al ser interpretadas por cualquiera que sea la voz renacen como un regalo. Canciones que nunca pierden su vigencia.

Joaquín Sabina compuso y regaló Peces de ciudad a su paisana Ana Belén, para que ésta la publicara en su disco homónimo. Tiempo después comenzó a interpretarla él mismo, añadiéndole matices a su letra (algo muy común en él). Obra de arte que con su armonía de sonidos y pausas nos traslada inevitablemente a los diversos parajes que describe entre voces y piano.

Sus versos y notas hacen que sea una de las mejores maneras para despertar el romanticismo y la pasión intrínsecos en cada alma humana. Por eso hablamos de ella y la escuchamos. Es la canción insigne del cantautor español.

Peces de ciudad habla de aquellas personas que han olvidado soñar y nadar libremente por el mar de la vida y que ahora no son más que presa de las directrices impuestas por una sociedad que pierde su humanismo con cada gesto. A esto, Sabina supo agregar experiencias personales y un cúmulo de detalles que hacen de Peces de ciudad un composición única, perfecta. Sin duda, una de las mejores canciones del imaginario sabinesco. Razón demás para quitarnos el sombrero ante este caballero de voz grave y alma inquieta.

AGG.

Letra:

Se peinaba a lo 'garçon' 
la viajera que quiso enseñarme a besar 
en la Gare d'Austerlitz. 
Primavera de un amor 
amarillo y frugal como el sol 
del veranillo de San Martín. 
Hay quien dice que fui yo 
el primero en olvidar 
cuando en un si bemol de Jacques Brel 
conocí a "mademoiselle Amsterdam". 

En la fatua Nueva York 
da más sombra que los limoneros 
la Estatua de la Libertad, 
pero en Desolation Road 
las sirenas de los petroleros 
no dejan reír ni volar. 
Y en el coro de Babel 
desafina un español;
no hay más ley que la ley del tesoro 
en las minas del Rey Salomón. 

Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis sueños va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un "no te quiero querer". 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio. 
Mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad 
que mordieron el anzuelo, 
que bucean a ras del suelo, 
que no merecen nadar...

El Dorado era un champú, 
la virtud, unos brazos en cruz, 
el pecado, una página web. 
En Comala comprendí 
que al lugar donde has sido feliz 
no debieras tratar de volver. 

Cuando en vuelo regular 
pisé el cielo de Madrid, 
me esperaba una recién casada 
que no se acordaba de mí. 
Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis venas va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un liguero de mujer. 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar, 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio. 
Mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad,
que perdieron las agallas 
en un banco de morralla, 
en una playa sin mar...


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