Hay canciones que tienen un ritmo y una armonía especial que las hace únicas. Poseedoras de una letra tan bien lograda que cualquiera de sus versos tiene sentido por sí solo, que al ser interpretadas por cualquiera que sea la voz renacen como un regalo. Canciones que nunca pierden su vigencia.
Joaquín Sabina compuso y regaló Peces de ciudad a su paisana Ana Belén, para que ésta la publicara en su disco homónimo. Tiempo después comenzó a interpretarla él mismo, añadiéndole matices a su letra (algo muy común en él). Obra de arte que con su armonía de sonidos y pausas nos traslada inevitablemente a los diversos parajes que describe entre voces y piano.
Sus versos y notas hacen que sea una de las mejores maneras para despertar el romanticismo y la pasión intrínsecos en cada alma humana. Por eso hablamos de ella y la escuchamos. Es la canción insigne del cantautor español.
Peces de ciudad habla de aquellas personas que han olvidado soñar y nadar libremente por el mar de la vida y que ahora no son más que presa de las directrices impuestas por una sociedad que pierde su humanismo con cada gesto. A esto, Sabina supo agregar experiencias personales y un cúmulo de detalles que hacen de Peces de ciudad un composición única, perfecta. Sin duda, una de las mejores canciones del imaginario sabinesco. Razón demás para quitarnos el sombrero ante este caballero de voz grave y alma inquieta.
AGG.
Letra:
Se peinaba a lo 'garçon'
la viajera que quiso enseñarme a besar
en la Gare d'Austerlitz.
Primavera de un amor
amarillo y frugal como el sol
del veranillo de San Martín.
Hay quien dice que fui yo
el primero en olvidar
cuando en un si bemol de Jacques Brel
conocí a "mademoiselle Amsterdam".
En la fatua Nueva York
da más sombra que los limoneros
la Estatua de la Libertad,
pero en Desolation Road
las sirenas de los petroleros
no dejan reír ni volar.
Y en el coro de Babel
desafina un español;
no hay más ley que la ley del tesoro
en las minas del Rey Salomón.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un "no te quiero querer".
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar...
El Dorado era un champú,
la virtud, unos brazos en cruz,
el pecado, una página web.
En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.
Cuando en vuelo regular
pisé el cielo de Madrid,
me esperaba una recién casada
que no se acordaba de mí.
Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis venas va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un liguero de mujer.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar,
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad,
que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar...
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